martes, agosto 28, 2007

FRANCISCO UMBRAL, BUFANDA DE LA LITERATURA

La noche que llegó al Café Gijón le perdió el miedo al miedo. Desembarcó en Madrid el chico de provincias, cargado de sueños y proyectos, de cielos e ilusiones, de mitos y de libros. Vino como lector de cuentos al Ateneo bajo el paraguas calvo y duro de José Hierro. Y se quedó. Se quedó ya para siempre en un Madrid veloz y bullicioso, preñado de fiestas con nombres en negrita que muy pronto empezarían a aparecer como moscas estampadas en el cristal de papel de periódico de sus columnas.
Hasta entonces, mientras se encargaba de dejar atrás ese “mero trámite que hay que pasar cuanto antes” que era para él la juventud, se encargó de esculpirse su propia imagen, de crear su propio personaje a modo de vacuna o distracción contra el hambre de cenar su mismo hambre y la desesperación de sentarse, en el sillón de mimbre de sus días felices en Argüelles, a esperar que los lectores fueran llegando. Le pasaba a nuestro hombre lo mismo que a Lorca cuando se le quejaba al viejo Valle de los botines blancos de piqué:
-Tranquilo joven, todo Madrid acabará yendo a su teatro.
- Lo que temo es que vengan de uno en uno.
Lo del estilo ya Baudelaire comprobó que era difícil cuando salió a almorzar con un amigo por París con el pelo pintado de azul y no le miró nadie, ni siquiera el amigo. Y en Madrid pasaba un poco lo mismo. Por eso tuvo que andar de chupa y cueros rotos, con gafas de culo de botijo y amasada melena hasta llegar a la imagen dandy de los ceñidos tejanos, chaqueta cruzada de dorados botones y bufanda blanca, como los lirios y la espuma, que no abandonó ya nunca. (sigue)

2 comentarios:

Butzer dijo...

Una gran périda, sin duda. Siempre quedarán sus obras y sus artículos.

Stewie Griffin dijo...

Perdón por el offtopic.

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