martes, octubre 18, 2005

LA “COLUMNA BARDEM”

Busco y no encuentro por ninguna parte algún rastro, no sé, alguna pista que me lleve a descubrir el paradero de aquella columna encabezada por el Camarada Bardem. Todavía lo recuerdo. Sólo evocarlo me embriaga el corazón de una nostalgia infinita. Con paso decidido, cabeza altiva y voz firme, el Camarada Bardem se engalanaba de trapos y pancartas, banderas y estandartes, hoces y martillos y allí, en la cabecera de tantas manifestaciones, era capaz de hacer soñar con tiempos mejores, con un mundo justo y en paz, un mundo en el que los niños no murieran estrangulados por las bombas del Imperio, un mundo en que los pueblos y los pobres se reencontraran con la felicidad usurpada. Se paseaba por entre la multitud siempre con la energía capaz de hacer levantar la moral a los más desconsolados. Si el ánimo decaía no dudaba en echarse el megáfono a la boca y arengar a la tropa, siempre fiel: ¡esto nos pasa por un gobierno facha!; ¡vuestra guerra, nuestros muertos!; ¡Aznar, Bush y Blair responsables de ese tren!; o los siempre resultones ¡nunca mais! y ¡no a la guerra!
Él supo diseñar, junto con su numeroso Consejo, un plan que resultó ser infalible. Participó en las tres batallas fundamentales. La primera, al día siguiente de que un barco de desinflara de fuel y vistiera de luto la azulada costa del Cantábrico. La segunda, al sonar del primer cañonazo en las lejanas tierras del Iraq. Y la tercera, la más difícil e inteligente de todas, nada más llenarse todos los andenes de Madrid de muertos y sangre, lágrimas y pena, muerte y sólo muerte. Dije antes que la estrategia había sido diseñada de antemano. Esto hubiera supuesto que el Camarada Bardem y su numeroso Consejo tuvieran conocimiento de los tres desastres. En realidad, su mérito es mayor y tuvieron que ir improvisando los planes según se iban sucediendo los hechos. Nada le importó al Camarada ni a su numeroso Consejo que los pescadores de la oscura Costa de la Muerte no estuvieran con ellos, como tampoco supuso ningún recato el hecho de que el gobierno español no hubiese hecho más que apoyar moralmente una guerra destinada a destronar a uno de los más sanguinarios sátrapas de nuestro tiempo bajo el amparo de una mayoría absoluta en el Parlamento para que mandasen sacar 183 carteles con las 183 caras de los 183 diputados del PP con el calificativo de “asesinos”, o asumir las tácticas de la kale borroka para agredir física y psíquicamente a todo aquél que apestara a pepero, para dibujar puntos de mira en las plazas públicas, para quemar sedes o romper cristales. El Camarada Bardem y su numeroso Consejo sabían que había que mantener la mente fría y el corazón caliente, que había que saber manejar muy bien los instintos más bajos de la gente y que había que difundir con mucho tiento, pero con total determinación, el odio como factor de lucha. Ni siquiera sirvieron de distracción los cadáveres, aún anónimos y calientes, de “nuestros doscientos”. El tiempo era reducido y la ocasión era única. Había llegado la hora final y aún estaba por darse el tiro de gracia definitivo. Con rapidez, se organizó la que sería la última batalla. La que daría la gloria o el fracaso. En ella se usaron los papeles, las ondas, la demagogia y la mentira. Se quemaron los últimos cartuchos. Se lanzaron las últimas proclamas. Y se ganó. El día 14 de marzo de 2004 todo había terminado. Tras una larga lucha, se había alcanzado una Victoria que apenas cuatro años antes resultaba impensable.
Aún hoy hay muchos convencidos de que todo se logró al final, en aquellos tres días de marzo. Pero nada más lejos de la realidad. Cada discurso, cada grito, cada consigna, cada pancarta, cada artículo y cada mentira fueron absolutamente indispensables para lograr el objetivo último. Al igual que resultó imprescindible la debilidad de los que perdimos -me incluyo en la derrota- y que no supimos responder con razones y argumentos que, de tantos como había, nos sobraban.
Hoy, pasado ya el tiempo suficiente para que el Camarada Bardem, su numeroso Consejo y todos sus fieles hayan descansado lo merecido, una mínima curiosidad me lleva a preguntarme dónde estarán ahora. No me extraño, como otros, al no verlos en la lucha contra el terrorismo (donde no estuvieron nunca), o en la denuncia de las ineptitudes zapateriles, o en la defensa de todas esas causas que antes tanto les escocían. No obstante, confieso que nunca esperé un silencio tan silencioso ni un retiro tan retirado. Debió ser generoso el pagador.

1 comentario:

charlix dijo...

Mamá Bardem está haciendo un culebrón en la Primera. Un bodrio insoportable que no se aguanta más de dos minutos.

No obstante, recomiendo visionar esos dos minutos. Hay que verlo para creerlo. En serio.