domingo, diciembre 31, 2006

RECORDANDO A DON MIGUEL DE UNAMUNO

Dicen que para probar la dignidad de tus ideas políticas es buen ejercicio el de imaginarte en medio de una guerra civil y concluir que serías perseguido por ambos bandos.
Personalmente, si lo hago, tengo la certeza de que pasaría la prueba. Que me atizarían a diestra y siniestra, vaya. De la misma manera que les pasó a esa inmensa minoría que, sin ser grandes adalides de la libertad, sí que representaron, sin ninguna duda, la únicas gotas de dignidad que en España había cuando lo del 36.
Si pensamos en ellos, haciendo un verdadero ejercicio de entendimiento -que no de memoria- histórico, comprobamos la verdadera mezquindad de los hunos y los hotros y vemos reflejada en cada una de sus historias la verdadera tragedia de España en su conjunto.
Baste imaginar, por ejemplo, a don Pío Baroja, con sus zapatillas de felpa y su boina calada haciendo fila entre los estudiantes de Paris a la hora de comer en una residencia; o a los hermanos Machado bajando por turnos a cenar por no perder la compostura de que uno de los dos lo hiciese sin la chaqueta puesta; o a Jardiel Poncela -genio entre los genios del humor- teniendo que soportar los boicots republicanos por Iberoamérica y "el bosque de espaldas", como dijo Ruano, que le rodeaba en el Madrid de los azules...
Pero si hay una historia, no ya más triste que las demás, pero sí quizá más dramática es la de don Miguel de Unamuno, hombre de mente incansable y pensamiento ágil, que representó como nadie las contradicciones inexplicables surgidas de un incuestionable amor a España, que habló claro como nadie para decir lo que pensaba, que como nadie se llenó de valor en su Universidad de Salamanca para sacar pecho ante las hordas del muera-la-inteligencia y cantarle las cuarenta sin que le temblara el pulso, y que como nadie tuvo una muerte absurda y trágica. Tan trágica y absurda como la de tantos y tantos españoles que salieron a pegarse tiros sin saber a cuento de qué.Setenta años hace hoy que se le fue la vida a don Miguel.
Sirvan estas palabras y este artículo publicado ayer a modo de Tercera en ABC para honrar la memoria de todos los que con él mantuvieron viva la llama de la dignidad y el honor de un país tan roto y asqueado como siempre, pero que como siempre tuvo un pequeño pelotón destacadísimo de entre toda la chusma y la canalla.Una memoria, por cierto, que bien debieran recordar los que hacen ahora gala de recuerdos históricos sensibleros. Esos que no tienen ni idea de lo que pasó ayer mismo y que, sin embargo, se empeñan en legislar la memoria de lo que pasó hace 70 años.

PD: Mando desde aquí un cariñoso saludo a Miguel Ángel Quintana, conocedor de la historia de cada una de las piedras salmantinas, amigo y colega de la cosa liberal, que se ofreció a hacernos de guía a mi amigo Arturo y a mí en un día inolvidable.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto que entre tanta farfulla está completamente olvidada la única parte de aquellos tiempos oscuros que merece ser recordada.
Saludos.

Enrique Gallud Jardiel dijo...

Efectivamente: ser perseguido por todos los fanáticos (de uno y otro lado) es la única postura digna de un hombre de veras. A Jardiel le prohibieron sus novelas durante la República y durante la Dictadura, por igual.

J.J.Mercado dijo...

Por su apellido y los datos que he encontrado en su blog, deduzco que es usted familiar del maestro.
Me quito el cráneo, que diría el personaje de Valle Inclán. Gran honor para mi que se haya dejado caer por aquí.
Vaya de nuevo por delante -y por detrás- mi rendida admiración por don Enrique, a quien en más de una vez he nombrado en mis posts.
Cordiales saludos,
y feliz 2007.