Ayer mismo tuve la oportunidad de entrevistar a Fernando Sánchez Dragó para el último número de “Cádiz”. Tanto yo como Alto Comisionado, pasamos una mañana en su casa de Madrid entre cajas de libros, papeles, cuadros orientales, alfombras, colores, coloretes y colorines, estanterías repletas y un entrevistado a gusto y con ganas de hablar.
La entrevista la planteé en tres partes. La primera, que es la que hoy publico, sobre su nuevo libro “Muertes paralelas” y su juventud aventurera en el antifranquismo militante. La segunda más puramente ideológica (en la que ya adelanto que se confiesa puramente liberal). Y la tercera y última, sobre temas puramente religiosos que son lo que más le agradan. Una mañana muy divertida, en fin, en la que hablamos de todo lo divino y lo humano, y en la que no dejó de repartir leña a diestro y siniestro. Por cierto, puede que la cosa llegue a dar mucho más de sí y haya una grata sorpresa dentro de poco.
He aquí el primer acto:
Dices que tu nuevo libro era en un principio una obra a mitad de camino entre la biografía, la historia, el ensayo….
Sí, pero ahora se ha convertido en una novela. Toda la parte reflexiva, histórica, de pensamiento o de ideología que pudiera tener la he sacado y me ha quedado una novela mona y lironda en la que todo es verdad -novela de no ficción-, y todo lo demás lo he dejado para otro libro que saldrá en diciembre o en enero que se llamará “A contraespaña”.
Y en ese libro, ¿intentarás corregir eso que dice de “la norme ceremonia de la confusión que es la historia de España”?
Bueno, corregirlo no. España es una unidad de destino en lo infernal (risas), por jugar con la frase de José Antonio, que no tiene redención posible. Simplemente, explicaré porqué no tiene remedio y porqué lamento profundamente haber nacido español, que es una frase que sí mantengo con bastante ahínco en este libro.
Cuentas que se te ocurrió el libro cuando en febrero del 56, acusado, con razón, de haber orquestado en la Universidad la primera sublevación antifranquista, el comisario Conesa te soltó que eras un resentido porque “nosotros matamos a tu padre”…
Sí, efectivamente yo me enteré por boca de Roberto Conesa, en un momento de alto dramatismo, de que a mi padre no le habían matado los hunos sino los hotros, porque nadie me lo había explicado. A mí, como a Hamlet, se me engañó, no digo que voluntariamente pero, en fin, por dejadez, por distracción… fue pasando el tiempo y resultó que no sólo no conocí a mi padre sino que doblemente no lo conocí puesto que se me escamotearon las circunstancias de su muerte. Y fue en ese momento, detenido en por la Brigada Político-Social, cuando decidí escribir este libro que hasta ahora, cuando ya todo el mundo ha muerto, me he puesto a escribirlo.
Hablas de "muertes paralelas" ¿A quién te refieres exactamente?
A los que me refiero es a los que murieron por unas determinadas ideas pero que murieron en la retaguardia, es decir, por asesinatos, por rencillas, por ajustes de cuentas… que es lo más terrible de las guerras civiles. Y ahí caben las dos figuras emblemáticas de mi libro: mi padre y José Antonio, porque mi padre, que era un hombre de derechas, lo mata la derecha y, sin embargo, a José Antonio, al que dedico 130 páginas de mi libro dedicadas, que era en realidad ideológicamente de izquierdas –su programa político era: nacionalización de la banca, reforma agraria, justicia social…- lo matan las izquierdas. Por eso digo que son dos muertes asimétricas y estremecedoras.
¿Crees que con el paso del tiempo ha llegado a diluirse el guerracivilismo en España?
Pues parecía, cuando se hizo la Transición que así había sido pero en estos momentos el guerracivilismo está otra vez en la calle con un paralelismo, además, portentoso entre lo de entonces y lo de ahora. Desde luego, no va a haber una guerra civil –entre otras cosas porque la gente tiene nevera y coche-, pero lo que fueron las grandes líneas de fuerza que condujeron a la guerra están todas otra vez de actualidad por culpa del partido socialista: la pugna con la iglesia, descontento en el ejército, la enseñanza, los separatismos… o sea que, realmente, los grandes vectores de la guerra civil siguen vivos, lo cual es algo estremecedor.
Ahora, es verdad que la derecha y la izquierda se han diluido en todo el mundo porque las dos se han acercado mucho, moviéndose en un mismo caldo de cultivo socialdemócrata, y las diferencias son mínimas. La lucha de clases ha terminado, ya no hay proletariado, lo cual desespera tremendamente a la izquierda, que ya no tiene bolsas electorales y lo que hace es buscarlas a cualquier precio, apuntándose a lo que sea aún a riesgo de negarse a sí misma: el Islam, los homosexuales, la ecología y, sobre todo, los inmigrantes.
En tus escritos criticas especialmente la izquierda. En este que tengo aquí, hablas de ella como caracterizada por “la moral de los esclavos, el clan de la servidumbre, la cultura de la queja, la hermandad del Santo reproche, la cofradía de la Santa Pobreza y, en definitivamente, el miedo a la libertad”. Siendo así, ¿porqué crees que, sin embargo, goza de tan buena prensa?
Mira, yo he estado dentro de la izquierda y la conozco muy bien. Y es una postura que proviene de la falsa idea típicamente católica de que es más difícil que un rico entre en el Reino de los cielos que por el ojo de una aguja, lo cual es una estupidez mayúscula. Eso de pensar que todo pobre por ser pobre es bueno y todo rico por ser rico es malo… pero hombre ¡por el amor de Dios! Por lo pronto, en líneas generales, si hubiera más ricos habría menos pobres porque los que crean la riqueza, los que generan más trabajo, los que contribuyen a redimir a los pobres no son los pobres, que suelen odiarse entre sí y atizarse, sino los ricos. Así, con la izquierda tenemos eso de “dime de qué presumes…”. Siempre es lo contrario de lo que presume. Todo lo hace mal. Todo, menos una cosa: la propaganda, en la que es especialista. Que un régimen como el de Stalin, que es el más abyecto de la historia de la humanidad, con sus 100 millones de muertos, durante décadas y décadas fuera apadrinado y defendido a ultranza hasta el sonrojo por los nombres más famosos, más claros y egregios de toda la intelectualidad del mundo occidental es algo que verdaderamente pasma, y que se debe a la enorme habilidad de propaganda que tuvo la izquierda y que sigue teniendo. Fíjate cómo el hecho de que el gobierno de José María Aznar, que ha sido en mi opinión el mejor de la historia de España, fuera electoralmente derrotado por un movimiento de sentimentalismo atizado por determinadas tribunas mediáticas y que una mayoría de españoles votara con el corazón en lugar de con la cabeza indica hasta qué punto la izquierda sigue siendo hábil en esto.
Y, en cambio, la derecha es de una torpeza inenarrable. Eso que dice Federico de “maricomplejines” es absolutamente verdad. La derecha nunca se atreve a jugar sus cartas. Yo, hace unos meses, me puse por curiosidad a elaborar una lista de intelectuales de centro-derecha que hay en España y me salieron como 70 nombres de muchísimo peso a los que la derecha siempre ha abandonado y, en cambio, la izquierda imagínate. Ahí tienes a mi buen amigo Joaquín Sabina, que termina dando el pregón de Madrid, lo cual me parece muy bien, pero es algo que jamás la derecha me encargaría a mí o a cualquiera de esos que aparecen en mi lista. Así les va.
¿Y qué es lo que te hizo cambiar?
Bueno, yo en realidad nunca fui de izquierdas. Fui antifranquista. Yo, a los 18 años, quería ser Hemingway, y la única aventura que podía correr por aquel Madrid de la época era la del antifranquismo, así que me hice antifranquista, porque era lo más extremo que se podía ser y porque me encantaba ir a la cárcel y todas esas cosas que para mi eran grandes aventuras, como las que había vivido Hemigway en el Kilimanjaro.
Sin embargo, yo en este libro cuento cómo estando detenido cayó en mis manos un número del Paris Match en el que venía un test de estos cartesianos, muy franceses, para averiguar las ideas políticas de cada uno. Yo rellené todas las casillas con absoluta sinceridad y cuando contabilicé los datos salió que yo era un liberal de centro derecha, ante lo que quedé sorprendidísimo. Ya te digo que yo ni había leído a Marx ni nada, y sí me acuerdo, en cambio, que era, como lo sigo siendo, un enemigo a muerte de los impuestos. Por eso digo que mi paso por la izquierda, pues, fue puramente circunstancial, nada ideológico.
Y después, sí, hubo una serie de cosas que me hicieron caer definitivamente del caballo. Siendo yo familia de auténticos paladines del periodismo español, y valorando como valoraba desde la infancia la libertad de prensa me encontré, por ejemplo, que estando en la cárcel, sin tener acceso a los periódicos de la calle, conseguí que un funcionario de prisiones me dejara el Ya. Al irse, lo dejaba abandonado encima de una camilla y yo me apoderaba de él disimuladamente para leerlo con enorme fruición, hasta los anuncios con palabras, y luego se lo pasaba a los compañeros. Bueno, pues, joder, cuesta trabajo creer estas cosas, pero a la semana de esto me llama la dirección del partido en la cárcel, a la que yo me había negado a pertenecer, y me dice que los muchachos se desmoralizan si leen aquello y que no era tolerable, así que como no podían evitar que yo lo consiguiera y lo leyera, que hiciera el favor de pasárselo inmediatamente a ellos, que habían elaborado un comité de censura para, sobre la base de las noticias del Ya, elaborar un boletín que sería el que podría pasarse a los compañeros detenidos. Esta fue la primera vez que salí del partido.
Y a partir de ahí, fui entrando y saliendo, porque me necesitaban y me llamaban continuamente –yo era el gran banderín de enganche, el que hablaba en los mítines, el que se llevaba a las chicas…-, a pesar de que me odiaban, y me iban poniendo en una especie de congelador, porque echarme no llegaron a hacerlo nunca. Fíjate que me acusaron hasta de tener contactos con anarquistas, veleidades troskistas y ¡relaciones inmorales porque vivía con una chica con la que no estaba casado! Recuerdo que Enrique Múgica, que entonces era camarada mío del partido, me llamó cuando me separé de mi primera mujer para conminarme inmediatamente a que volviera con ella porque los comunistas teníamos que dar ejemplo de respetabilidad burguesa. Imaginarás que todo esto iban siendo gotas de agua que fueron haciendo colmar el vaso.
Y ya cuando definitivamente los envié a tomar por saco fue cuando llegué a la Guerra de Vietnam en 1968 y me di cuenta de que aquella era una guerra inventada por los aparatos de propaganda del Partido Comunista. Recuerdo que los periodistas estaban todos viviendo a 6000 kilómetros de Saigón, en Laos, viviendo perfectamente, usando un currito –como se ve en la película Los gritos del silencio, en Camboya- e inventando historias románticas. Y cuando yo me di cuenta de que los comunistas eran tan odiados en Vietnam, o más, que los americanos fue cuando dije “se ha acabado”. Y eso fue en el 68, o sea que ya ha llovido. Sin embargo, al haber estado con ellos, me toman como un renegado y un traidor, al que siguen dirigiendo constantemente sus fuegos de artillería.
Por cierto, ¿erais tantos como se cuenta ahora?
Nada, nada, cuatro gatos. Cabíamos todos en un autobús. Mira, cuando sacamos a la Universidad de Madrid a la calle, que salieron 10.000 personas, te aseguro que lo hicimos entre quince personas. No nos lo creíamos. No comprendíamos cómo los cuatro que conspirábamos jugando al mus en las tabernas sacamos a tantas miles de personas.
La entrevista la planteé en tres partes. La primera, que es la que hoy publico, sobre su nuevo libro “Muertes paralelas” y su juventud aventurera en el antifranquismo militante. La segunda más puramente ideológica (en la que ya adelanto que se confiesa puramente liberal). Y la tercera y última, sobre temas puramente religiosos que son lo que más le agradan. Una mañana muy divertida, en fin, en la que hablamos de todo lo divino y lo humano, y en la que no dejó de repartir leña a diestro y siniestro. Por cierto, puede que la cosa llegue a dar mucho más de sí y haya una grata sorpresa dentro de poco.
He aquí el primer acto:
Dices que tu nuevo libro era en un principio una obra a mitad de camino entre la biografía, la historia, el ensayo….
Sí, pero ahora se ha convertido en una novela. Toda la parte reflexiva, histórica, de pensamiento o de ideología que pudiera tener la he sacado y me ha quedado una novela mona y lironda en la que todo es verdad -novela de no ficción-, y todo lo demás lo he dejado para otro libro que saldrá en diciembre o en enero que se llamará “A contraespaña”.
Y en ese libro, ¿intentarás corregir eso que dice de “la norme ceremonia de la confusión que es la historia de España”?
Bueno, corregirlo no. España es una unidad de destino en lo infernal (risas), por jugar con la frase de José Antonio, que no tiene redención posible. Simplemente, explicaré porqué no tiene remedio y porqué lamento profundamente haber nacido español, que es una frase que sí mantengo con bastante ahínco en este libro.
Cuentas que se te ocurrió el libro cuando en febrero del 56, acusado, con razón, de haber orquestado en la Universidad la primera sublevación antifranquista, el comisario Conesa te soltó que eras un resentido porque “nosotros matamos a tu padre”…
Sí, efectivamente yo me enteré por boca de Roberto Conesa, en un momento de alto dramatismo, de que a mi padre no le habían matado los hunos sino los hotros, porque nadie me lo había explicado. A mí, como a Hamlet, se me engañó, no digo que voluntariamente pero, en fin, por dejadez, por distracción… fue pasando el tiempo y resultó que no sólo no conocí a mi padre sino que doblemente no lo conocí puesto que se me escamotearon las circunstancias de su muerte. Y fue en ese momento, detenido en por la Brigada Político-Social, cuando decidí escribir este libro que hasta ahora, cuando ya todo el mundo ha muerto, me he puesto a escribirlo.
Hablas de "muertes paralelas" ¿A quién te refieres exactamente?
A los que me refiero es a los que murieron por unas determinadas ideas pero que murieron en la retaguardia, es decir, por asesinatos, por rencillas, por ajustes de cuentas… que es lo más terrible de las guerras civiles. Y ahí caben las dos figuras emblemáticas de mi libro: mi padre y José Antonio, porque mi padre, que era un hombre de derechas, lo mata la derecha y, sin embargo, a José Antonio, al que dedico 130 páginas de mi libro dedicadas, que era en realidad ideológicamente de izquierdas –su programa político era: nacionalización de la banca, reforma agraria, justicia social…- lo matan las izquierdas. Por eso digo que son dos muertes asimétricas y estremecedoras.
¿Crees que con el paso del tiempo ha llegado a diluirse el guerracivilismo en España?
Pues parecía, cuando se hizo la Transición que así había sido pero en estos momentos el guerracivilismo está otra vez en la calle con un paralelismo, además, portentoso entre lo de entonces y lo de ahora. Desde luego, no va a haber una guerra civil –entre otras cosas porque la gente tiene nevera y coche-, pero lo que fueron las grandes líneas de fuerza que condujeron a la guerra están todas otra vez de actualidad por culpa del partido socialista: la pugna con la iglesia, descontento en el ejército, la enseñanza, los separatismos… o sea que, realmente, los grandes vectores de la guerra civil siguen vivos, lo cual es algo estremecedor.
Ahora, es verdad que la derecha y la izquierda se han diluido en todo el mundo porque las dos se han acercado mucho, moviéndose en un mismo caldo de cultivo socialdemócrata, y las diferencias son mínimas. La lucha de clases ha terminado, ya no hay proletariado, lo cual desespera tremendamente a la izquierda, que ya no tiene bolsas electorales y lo que hace es buscarlas a cualquier precio, apuntándose a lo que sea aún a riesgo de negarse a sí misma: el Islam, los homosexuales, la ecología y, sobre todo, los inmigrantes.
En tus escritos criticas especialmente la izquierda. En este que tengo aquí, hablas de ella como caracterizada por “la moral de los esclavos, el clan de la servidumbre, la cultura de la queja, la hermandad del Santo reproche, la cofradía de la Santa Pobreza y, en definitivamente, el miedo a la libertad”. Siendo así, ¿porqué crees que, sin embargo, goza de tan buena prensa?
Mira, yo he estado dentro de la izquierda y la conozco muy bien. Y es una postura que proviene de la falsa idea típicamente católica de que es más difícil que un rico entre en el Reino de los cielos que por el ojo de una aguja, lo cual es una estupidez mayúscula. Eso de pensar que todo pobre por ser pobre es bueno y todo rico por ser rico es malo… pero hombre ¡por el amor de Dios! Por lo pronto, en líneas generales, si hubiera más ricos habría menos pobres porque los que crean la riqueza, los que generan más trabajo, los que contribuyen a redimir a los pobres no son los pobres, que suelen odiarse entre sí y atizarse, sino los ricos. Así, con la izquierda tenemos eso de “dime de qué presumes…”. Siempre es lo contrario de lo que presume. Todo lo hace mal. Todo, menos una cosa: la propaganda, en la que es especialista. Que un régimen como el de Stalin, que es el más abyecto de la historia de la humanidad, con sus 100 millones de muertos, durante décadas y décadas fuera apadrinado y defendido a ultranza hasta el sonrojo por los nombres más famosos, más claros y egregios de toda la intelectualidad del mundo occidental es algo que verdaderamente pasma, y que se debe a la enorme habilidad de propaganda que tuvo la izquierda y que sigue teniendo. Fíjate cómo el hecho de que el gobierno de José María Aznar, que ha sido en mi opinión el mejor de la historia de España, fuera electoralmente derrotado por un movimiento de sentimentalismo atizado por determinadas tribunas mediáticas y que una mayoría de españoles votara con el corazón en lugar de con la cabeza indica hasta qué punto la izquierda sigue siendo hábil en esto.
Y, en cambio, la derecha es de una torpeza inenarrable. Eso que dice Federico de “maricomplejines” es absolutamente verdad. La derecha nunca se atreve a jugar sus cartas. Yo, hace unos meses, me puse por curiosidad a elaborar una lista de intelectuales de centro-derecha que hay en España y me salieron como 70 nombres de muchísimo peso a los que la derecha siempre ha abandonado y, en cambio, la izquierda imagínate. Ahí tienes a mi buen amigo Joaquín Sabina, que termina dando el pregón de Madrid, lo cual me parece muy bien, pero es algo que jamás la derecha me encargaría a mí o a cualquiera de esos que aparecen en mi lista. Así les va.
¿Y qué es lo que te hizo cambiar?
Bueno, yo en realidad nunca fui de izquierdas. Fui antifranquista. Yo, a los 18 años, quería ser Hemingway, y la única aventura que podía correr por aquel Madrid de la época era la del antifranquismo, así que me hice antifranquista, porque era lo más extremo que se podía ser y porque me encantaba ir a la cárcel y todas esas cosas que para mi eran grandes aventuras, como las que había vivido Hemigway en el Kilimanjaro.
Sin embargo, yo en este libro cuento cómo estando detenido cayó en mis manos un número del Paris Match en el que venía un test de estos cartesianos, muy franceses, para averiguar las ideas políticas de cada uno. Yo rellené todas las casillas con absoluta sinceridad y cuando contabilicé los datos salió que yo era un liberal de centro derecha, ante lo que quedé sorprendidísimo. Ya te digo que yo ni había leído a Marx ni nada, y sí me acuerdo, en cambio, que era, como lo sigo siendo, un enemigo a muerte de los impuestos. Por eso digo que mi paso por la izquierda, pues, fue puramente circunstancial, nada ideológico.
Y después, sí, hubo una serie de cosas que me hicieron caer definitivamente del caballo. Siendo yo familia de auténticos paladines del periodismo español, y valorando como valoraba desde la infancia la libertad de prensa me encontré, por ejemplo, que estando en la cárcel, sin tener acceso a los periódicos de la calle, conseguí que un funcionario de prisiones me dejara el Ya. Al irse, lo dejaba abandonado encima de una camilla y yo me apoderaba de él disimuladamente para leerlo con enorme fruición, hasta los anuncios con palabras, y luego se lo pasaba a los compañeros. Bueno, pues, joder, cuesta trabajo creer estas cosas, pero a la semana de esto me llama la dirección del partido en la cárcel, a la que yo me había negado a pertenecer, y me dice que los muchachos se desmoralizan si leen aquello y que no era tolerable, así que como no podían evitar que yo lo consiguiera y lo leyera, que hiciera el favor de pasárselo inmediatamente a ellos, que habían elaborado un comité de censura para, sobre la base de las noticias del Ya, elaborar un boletín que sería el que podría pasarse a los compañeros detenidos. Esta fue la primera vez que salí del partido.
Y a partir de ahí, fui entrando y saliendo, porque me necesitaban y me llamaban continuamente –yo era el gran banderín de enganche, el que hablaba en los mítines, el que se llevaba a las chicas…-, a pesar de que me odiaban, y me iban poniendo en una especie de congelador, porque echarme no llegaron a hacerlo nunca. Fíjate que me acusaron hasta de tener contactos con anarquistas, veleidades troskistas y ¡relaciones inmorales porque vivía con una chica con la que no estaba casado! Recuerdo que Enrique Múgica, que entonces era camarada mío del partido, me llamó cuando me separé de mi primera mujer para conminarme inmediatamente a que volviera con ella porque los comunistas teníamos que dar ejemplo de respetabilidad burguesa. Imaginarás que todo esto iban siendo gotas de agua que fueron haciendo colmar el vaso.
Y ya cuando definitivamente los envié a tomar por saco fue cuando llegué a la Guerra de Vietnam en 1968 y me di cuenta de que aquella era una guerra inventada por los aparatos de propaganda del Partido Comunista. Recuerdo que los periodistas estaban todos viviendo a 6000 kilómetros de Saigón, en Laos, viviendo perfectamente, usando un currito –como se ve en la película Los gritos del silencio, en Camboya- e inventando historias románticas. Y cuando yo me di cuenta de que los comunistas eran tan odiados en Vietnam, o más, que los americanos fue cuando dije “se ha acabado”. Y eso fue en el 68, o sea que ya ha llovido. Sin embargo, al haber estado con ellos, me toman como un renegado y un traidor, al que siguen dirigiendo constantemente sus fuegos de artillería.
Por cierto, ¿erais tantos como se cuenta ahora?
Nada, nada, cuatro gatos. Cabíamos todos en un autobús. Mira, cuando sacamos a la Universidad de Madrid a la calle, que salieron 10.000 personas, te aseguro que lo hicimos entre quince personas. No nos lo creíamos. No comprendíamos cómo los cuatro que conspirábamos jugando al mus en las tabernas sacamos a tantas miles de personas.
3 comentarios:
Pues la que está realmente buenísima es Esperanza Aguirre.
Saludos liberales
Muy interesante. Espero el resto...
Eso, Saigón a 6000 kilómetros de Laos. Ole. Cómo se nota que es un viajero infatigable y un tío cultísimo y todas las mañanas canta la Traviata.
Váyase usted a cagar, señor Dragó.
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