¿DISMINUYE EL ESTADO DE BIENESTAR LA POBREZA? (y 2)
Howard Baetjer Jr.
- Una mirada a los datos
En lo que respecta al fracaso del gobierno, hay una disparidad notable entre la cantidad de dinero que se gasta con el propósito de aliviar la pobreza, y lo que realmente reciben los pobres. En un artículo llamado “Where do all the welfare billions go?” (“¿Donde van todos los billones del gasto de bienestar?” Human Events, del 6 Febrero 1982) M. Stanton Evans apunta algunas estadísticas interesantes. En 1965, el desembolso conjunto a nivel federal, estatal y local [en EEUU] para el “bienestar social” fue de 77 billones de dólares. Esto fue en el principio de la era [intervencionista] de la 'Gran Sociedad'. En 1978, esta cifra llegó a sumar 394 billones de dólares. “Esto significa que, en el período de unos doce años, incrementamos nuestro presupuesto nacional con el presunto objetivo de ayudar a los pobres en, anualmente, 317 billones de dólares.” Pero el número de pobres en el país, según estimaciones oficiales, ha permanecido casi constante en esos años, sobre los 2,5 millones. Citando a Evans con más detalle:
Uno se tiene que preguntar cómo es posible gastar estas centenas de billones para aliviar la pobreza y seguir teniendo el mismo número de pobres que tuvimos, digamos, en 1968. Prescindan de esa objeción por un momento, y simplemente comparen el número de pobres con los dólares gastados para ayudarles: descubres que, si hubiéramos tomado los 317$ billones anuales en gasto extra de bienestar social, y entregado a los pobres, podríamos haber dado a cada uno de ellos una cantidad de 13.000$ -lo que es un ingreso de 52.000$ anuales para una familia de cuatro.
En otras palabras, con esta colosal suma de dinero, podríamos haber hecho ricos a todos los pobres en América... Esto provoca que los más suspicaces nos preguntemos: ¿Qué pasó con ese dinero?... Buena parte de estos desembolsos domésticos van a pagar los salarios de gente que trabaja para y con el gobierno federal –incluyendo funcionarios bien pagados y una gran variedad de contratistas y “asesores”, muchos de los cuales se han enriquecido gracias a programas de vivienda, estudios de “pobreza”, subvenciones para investigación sobre energía, y cosas por el estilo.
En palabras de Thomas Sowell, “los pobres son una mina de oro” para la burocracia mayoritariamente acomodada.
La pregunta crucial es qué ha sucedido con la pobreza misma. Esa pregunta está parcialmente contestada en la estadística mostrada arriba, en la que el número de pobres oficiales ha permanecido alrededor de los 2,5 millones; claramente no se ha eliminado la pobreza. Pero, ¿y qué se puede decir sobre la pobreza como porcentaje de la población –estamos por lo menos reduciendo la proporción de pobres en el país? Desgraciadamente, no. En un artículo llamado “The two wars against poverty: economic growth and the Great Society” (“Las dos guerras contra la pobreza: crecimiento económico y la Gran Sociedad”, The Public Interest, Fall 1982), Charles A. Murray demuestra que alrededor de 1968, cuando el gasto antipobreza de la 'Gran Sociedad' estaba en auge y la tasa de desempleo estaba en el 3,5%, el progreso contra la pobreza se desaceleró, y luego paró.
- El problema persiste
Desde 1950, el número de pobres (oficiales) como porcentaje de la población era aproximadamente del 30%. Desde entonces hasta 1968, la cifra cayó sin cesar, hasta alrededor del 13%. Pero entonces, justo en el apogeo de los años de la 'Gran Sociedad', cuando más dinero que nunca se estaba gastando para reducir la pobreza todavía más rápido, la línea de tendencia se hizo más plana. Después de más de diez años de desembolsos crecientes, el porcentaje de pobres en nuestra población había caído hasta sólo el 11%. Dos años más tarde, en 1980, estaba de vuelta en el 13%. Cuanto más gastamos contra la pobreza, menos se avanzó contra ella.
Murray también trata las estadísticas sobre la proporción de población dependiente del gobierno, esto es, aquellos que estarían por debajo de la línea de la pobreza si no fuera por ayudas gubernamentales. Esta medida, que Murray denomina “pobreza latente”, es quizás el mejor indicador del progreso contra la pobreza, porque es como mejor se refleja la autosuficiencia, o la carencia de ella. Como la pobreza oficial, la pobreza latente como porcentaje de la población disminuyó notablemente hasta finales de los ’60, desde el 33% en 1950 hasta el 19% en 1968, aproximadamente. En 1968, sin embargo, la tendencia se invirtió; la proporción de americanos dependientes del gobierno empezó a aumentar. Con la excepción de un descenso después de 1975, se ha incrementado desde entonces, hasta el 23% en 1980.
En resumen, a pesar de haber duplicado y reduplicado los gastos para intentar eliminar la pobreza, ésta no se reduce en nuestro país. Avanzamos mucho más cuando estábamos gastando menos.
Estos tristes resultados encajan bien con lo que esperaríamos desde las expectativas teóricas mencionadas. Cuando hay incentivos en contra de la autosuficiencia y el ser productivo, la gente tenderá a ser menos autosuficiente y productiva. Cuanto mayores sean los incentivos, más fuertes serán las tendencias. El incremento de la dependencia no debe sorprender, ya que ésta se recompensa con beneficios importantes en efectivo y en especie. Quizás estas no son las razones que explican el fracaso del sistema; quizás son fuerzas totalmente diferentes las que están detrás de él. Sin embargo, no se me ocurre ninguna.
- Abandonemos el tema de la ayuda
En cualquier caso, el estado del bienestar, los subsidios, la ayuda a los pobres –llámenlo como quieran- es un fracaso estrepitoso. Más que eso, si el razonamiento que se ha presentado es válido, es una de las trágicas ironías de nuestro tiempo. Surge del deseo de gente de buen corazón para reducir la pobreza, pero en la práctica, aparentemente aumenta la pobreza. La culpa no está en nuestras intenciones, sino en nuestros métodos, nuestro entendimiento económico, y en última instancia, quizás, en nuestros principios. “Para abandonar el tema de la ayuda”, con el fin de acabar con “los días del subsidio”, lo mejor es simplemente hacerlo. Hagamos que los funcionarios diseñen las políticas –esto es, suprimirlas- según el principio liberal según el cual “la fuerza de la ley nunca debería ser usada para beneficiar a unas personas a expensas de otras”, ni siquiera si benefician a los pobres. Hagamos que el cuidado de los que realmente lo necesitan vuelva a la responsabilidad individual –a la caridad privada y genuina, y a organizaciones privadas y eficientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario