Aquella campaña de Goldwater sentaría las bases liberales para allanar el camino a Reagan años más tarde.
Tras las dos legislaturas de Eisenhower, en 1960 ganó el demócrata Kennedy, asesinado durante su mandato. En 1964 el candidato demócrata para las presidenciales era Johnson, vicepresidente con Kennedy y quien asumió la presidencia a la muerte de éste. Los republicanos, por su parte, convocaron como era de rigor el proceso de primarias para elegir a su candidato presidencial. De aquel proceso de primarias salió posiblemente la figura más inesperada para no pocos republicanos: Barry Goldwater, un completo outsider ajeno al aparato del partido. En las presidenciales de 1964 los republicanos recibieron una sonada derrota, ya que Goldwater sólo consiguió ganar en su estado natal de Arizona. No obstante fue una derrota electoral para el triunfo ideológico.
El gran enemigo de Goldwater en las primarias republicanas para 1964 era Rockefeller, quien simbolizaba la perfecta idea de consenso rooseveltiano suscitado en los partidos políticos al menos desde la II Guerra Mundial y podía decirse que era continuista con la obra de Eisenhower. Perfectamente centrista, moderado, un verdadero gestor por su pragmatismo, de buenas maneras como les gusta a los del norte y templado ante la audiencia, nada podía en 1963 hacerle presagiar a Rockefeller que perdería las primarias republicanas, ¡y menos ante una persona del medio oeste sin apenas carrera política como Goldwater!
Hay que admitir que Goldwater hizo una campaña electoral contra los demócratas condenada a una derrota más que segura, máxime si se tiene en cuenta que se le ocurrió hacerla en plenos años ’60, cuando el boom progresista llegó a sus cotas más elevadas en Estados Unidos. No es que no fuera moderado en las formas, es que directamente Goldwater mandaba a cualquier lado que se le ocurriera a los jefes de campaña que le constreñían para decir lo que realmente quería cuando quería. Ni que decir tiene que los demócratas estaban encantados con un rival como Goldwater. A veces solía empezar sus mítines electores enumerando la clase de personas de las que no quería el voto: "Los parados gandules, encantados con su subsidio, que quieren alimentarse del fruto del trabajo ajeno". Un seguidor suyo creó la Gold-Water ("Agua de Oro"), la bebida del conservador. Y aunque había votado en dos ocasiones a favor del Acta de Derechos Civiles que impulsaron en aquellos años los demócratas, en 1964 votó en contra en el Senado porque usurpaba potestades propias de cada Estado. Goldwater no era en absoluto racista ni nada que se le pareciera (a diferencia de personajes como Wallace y no pocos demócratas, ya que el Ku Kux Klan fue prácticamente hasta los años 20 un apéndice en el Partido Demócrata), pero aquella votación lo presentó al pueblo como si lo fuera. Propuso privatizar agencias, como la Tennesse Valley Authority, que gozaban de gran reputación en el pueblo americano y sus deseos de intervencionismo militar masivo en el mundo allí donde acechara la más mínima sospecha de comunismo no le hicieron un personaje muy amable.
No obstante, a pesar de todos estos entonces vistos como excesos verbales, lo cierto es que empezaron a configurar una corriente basada en el credo revolucionario y libertario que, lentamente, iría sacudiendo desde dentro a la derecha. Muchos conservadores liberales americanos admiten hoy que el manifiesto con el que Goldwater se presentó para las presidenciales de 1964 fue decisivo para su cambio ideológico, en ocasiones desde posiciones puramente progresistas. Aquel libro, "The Conscience of a Conservative" marcó un antes y un después en la derecha americana, un hito que iniciaría una fuerte corriente intelectual para cambiar al partido y la sociedad misma desde dentro. En este manifiesto, Goldwater desde luego podía ser muchas cosas, pero no ciertamente poco claro:
No tengo mucho interés en racionalizar el gobierno o hacerlo más eficaz, pues lo que quiero es reducir su tamaño. No estoy aquí para promulgar leyes, sino para derogarlas. [..] El hombre no puede ser económicamente libre, y de ninguna manera económicamente eficiente, si es políticamente esclavo; y en sentido opuesto, la libertad política del hombre es ilusoria si depende del Estado para sus necesidades económicas. [..] Por esto el conservadurismo, en cualquier momento de la historia, ha considerado al hombre, no como peón potencial de otros hombres, y de ninguna manera como parte de la colectividad, en la cual el sagrado carácter y la identidad separada de los individuos pueden ser ignorados. A través de la Historia, el conservadurismo verdadero se ha encontrado en guerra, igualmente con los autócratas que con los jacobinos 'demócratas'. El verdadero conservador simpatiza con la suerte de desgraciado ciudadano bajo la tiranía de monarcas franceses, pero le repugnaba igualmente el intento de resolver aquel problema por medio de una tiranía en masa, engallada y presuntuosa bajo el estandarte igualitario. La conciencia del conservador se siente ofendida por cualquiera que pretenda degradar la dignidad del individuo humano. Por eso se encuentra, hoy, en lucha con los dictadores que reinan por el terror y con los colectivistas más místicos, que suplican nuestra permiso para jugar a hacerse dioses de la raza humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario