SE LLEVA SER POBRE

Ocurre que hoy se mete a pobre el que no puede ser otra cosa, tal que en otro tiempo pasaba con los españoles, a juicio del poeta. Algo así como un esnobismo vuelto del revés. La democracia, como gran show del latrocinio, provoca estas cosas y uno prefiere estar siempre del lado de los que ponen la mano cuando el Estado/Robin Hood se pone a repartir el botín.
Nos ha salido mal, esto de la democracia, por más que uno corra el riesgo de arder en la plaza pública del decoro, condenado por esa nueva y laica Inquisición de lo políticamente correcto. La gente no acude a la iglesia los domingos, pero no por falta de religión, sino porque hay salvaciones más apetitosas. Hoy deposita el gentío su fe en cosas más mundanas y mejor vistas, así el ecologismo, así la democracia, que al fin y al cabo ni en el Vaticano aclaran si hay Infierno y, entre tanto, la pensión hasta se toca.
Sánchez Dragó en las mejores páginas de su último libro echa a correr de manera paralela la democracia y la religión, ambas con sus sumos sacerdotes, sus ritos, sus pecados. Hans Herman Hoppe va más lejos y nos suelta, desde su universidad de nieves y casinos, eso de “Democracia: el dios que falló”. Yo he hablado más arriba del show del latrocinio, que no otra cosa puede ser el robo –la oficialidad nos habla de justicia social- legitimado por la mayoría en ese espectáculo de las elecciones. Se roba fácil, en democracia, teniendo en cuenta que el poder lo ejercen los ladrones y uno no tiene ni que mancharse las manos. Lo dijo Bastiat para siempre: el estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás. Esto, claro, reducido al mínimo nivel hace sacar los colores al más coloreado y sin embargo no supone ningún problema en las macrodemocracias de hoy día, donde nadie sabe de quién es el dinero con que le paga el cole a los pequeños.
Así que sale a cuenta meterse a pobre o, por lo menos, parecerlo, que es en lo que está gran parte de la gente con dinero, o no tanto. Ahí está la jet, jugando a mancharse las manos de barro, a comprar niñitos negros en el Congo, a embutirse ropajes roídos y desgastados o a comprarse taxis, como último grito de esta nueva moda, que es lo que ha hecho Kate Moss esta semana. Pobreza de opereta, humillando a los pobres dignos y reales y necesitados.
Cuando don Antonio Machado se llegó hasta su hostal de Colliure con su hermano y su madre, no llevaba en la maleta más que una cuartilla con su cielo azul y su sol de infancia, el peso transparente de su propia muerte y una única chaqueta que obligaba a los hermanos a bajar por turnos a comer, por mantener el decoro. Hoy, si esto se supiera, se llenarían los Ritzs y los McDonalds de chusma entrando y saliendo. Se lleva, ser pobre.